Este es el discurso que pronunció ante la corte el musulmán estadounidense Tarek Mehanna.
En el nombre de Al-lah el más misericordioso, el compasivo.
Exactamente hace cuatro años este mes estaba terminando mi trabajo de turno en el hospital local. Y mientras caminaba hacia mi carro se me acercaron dos agentes federales. Ellos me dijeron que tenía que tomar una decisión: podía hacer las cosas del modo fácil o que podría hacerlas del modo complicado. El camino fácil, según me explicaron ellos, era que yo me convirtiera en un informante para el gobierno y que si lo hacía jamás vería el interior de una celda en la cárcel. Y en cuanto al camino difícil pues es este precisamente. Aquí estoy, luego de haber pasado la mayor parte de los cuatro años que le siguieron a este incidente en la cárcel en un celda en solitario tan pequeña como un closet en la cual pasaba encerrado 23 horas al día y para ponerme en esa celda, para mantenerme ahí, para enjuiciarme y finalmente para tener aquí sentado enfrente de ustedes para recibir una sentencia aún mayor en una celda.
En las semanas previas a este momento, mucha gente me ha hecho sugerencias sobre qué decirles a ustedes. Algunos me dijeron que implorara piedad con la esperanza de recibir una sentencia más ligera, mientras otros me decían que me iba a ir duro de cualquier manera. Pero ahora lo único que quiero es hablar sobre mí por unos minutos.
Cuando me rehusé a volverme un informante, el gobierno respondió acusándome de apoyar a los muyahidín que pelean en contra de la ocupación de países musulmanes en el mundo. O como a ellos les gusta llamarlos, “terroristas”. Yo no nací en un país musulmán. Yo nací y fui criado aquí mismo en Estados Unidos y eso es lo que enfurece a mucha gente: ¿cómo es posible que yo sea americano y crea las cosas que creo, y que tome las posturas que tomo? Cada cosa a la que un hombre queda expuesto en su ambiente se vuelve un ingrediente que le da forma a su apariencia y en eso no soy diferente. Así que en muchas formas, yo soy lo que soy por lo que Estados Unidos es.
Cuando tenía seis años empecé a juntar una enorme colección de libros de historietas. Batman implantó un concepto en mi mente, me introdujo a un paradigma sobre cómo debe ser el mundo: que hay opresores y que hay oprimidos; y que hay unos que se levantan a levantar a los oprimidos. Esto me afectó de tal manera que el resto de mi niñez yo gravitaba alrededor de cualquier otro libro que reflejara dicho paradigma: La cabaña del Tío tom, la autobiografía de Malcom X y hasta ví una dimensión ética en el Cazador en el Centeno.
Para cuando comencé la preparatoria y tomé una verdadera clase de historia, empecé a darme cuenta de lo real que es ése paradigma en el mundo. Aprendí sobre los pueblos nativos estadounidenses y lo que les pasó en manos de los colonos europeos. Aprendí como los descendientes de dichos colonos europeos sufrieron a su vez opresión bajo la tiranía del rey Jorge III. Leí sobre Paul Revere, Tom Paine y sobre cómo los estadounidenses empezaron una insurgencia armada en contra de las fuerzas británicas, una insurgencia que por cierto ahora es celebrada como la guerra revolucionaria de los Estados Unidos. Siendo niño incluso fui en viajes escolares lugares que están a unas cuantas cuadras de aquí. Aprendí sobre Harriet Tubman, Nat Turner, John Brown, y sobre el combate contra la esclavitud en este país. Aprendí sobre Emma Goldman, Eugene Debs, y los esfuerzos de los sindicatos, de la clase trabajadora y de los pobres. Aprendí sobre Anna Frank, los nazis y como ellos perseguían minorías y mandaban a la cárcel a los disidentes. Aprendí sobre Rosa Parls, Malcom X, Martin Luther King y la lucha por los derechos civiles. Aprendí sobre Ho Chi Minh y como los vietnamitas pelearon por décadas para liberarse de invasor tras invasor.
Aprendí sobre Nelson Mandela y la lucha contra el apartheid en Sudáfrica. Todo lo que aprendí en esos años confirma lo que comencé a entender cuando tenía 6: que a lo largo de la historia, ha existido una constante lucha entre oprimidos y sus opresores. Con cada lucha sobre la que aprendí, me encontré mi mismo poniéndome del lado de los oprimidos y consecuentemente, respetando a los que se adelantaban para defenderlos, sin distinción de nacionalidad o religión. Y nunca tiré mis apuntes escolares. Mientras estoy aquí de pie hablando, ellos están apilados muy ordenadamente en el closet de mi habitación en casa.
De todas las figuras históricas que estudié, una se destacaba sobre las demás. Me impresionaron muchas cosas sobre Malcom X pero sobre todas, me fascinó la idea de la transformación, la de su transformación. No sé si vieron la película “X” de Spike Lee, dura unas tres horas y media y el Malcom de al principio es diferente al Malcom del final. Empieza como un criminal analfabeta, pero termina como un esposo, un padre, un elocuente y protector líder de su gente, un musulmán disciplinado haciendo el Hajj y la Umrah y finalmente, un mártir. La vida de Malcom me enseñó que el Islam no es algo que se herede, no es una cultura o una etnia. Es un modo de vida, un estado mental que cualquiera puede escoger sin importar de donde vengan o como hayan sido criados. Esto me llevó a analizar con más profundidad el Islam y éste me enganchó. Era tan sólo un adolescente, pero el Islam contestó la pregunta que ni las más grandes mentes científicas supieron contestar: ¿cuál es el propósito de la vida? ¿Por qué existimos en este universo? Pero también contestó la pregunta sobre cómo se supone que debemos existir. Y dado que no hay clérigo ni jerarquía, yo pude directa e inmediatamente empezar a buscar en los textos del Corán y en las enseñanzas del profeta Muhamad para empezar la jornada para entender de qué se trata todo esto, las implicaciones del Islam para mí como ser humano, como individuo, para la gente que me rodea, para el mundo. Y entre más aprendía, más valoré el Islam como una pieza de oro. Y eso fue cuando tenía 10 años, pero incluso ahora y a pesar de las presiones de los últimos años, estoy aquí parado frente a ustedes y todos los demás en esta corte como un musulmán orgulloso de serlo.
Con eso, mi atención se volvió hacia lo que le estaba pasando a otros musulmanes en diferentes partes del mundo. Y donde fuera que mirara, veía a los poderes tratando de destruir lo que yo amaba. Aprendí que los soviéticos le habían hecho a los musulmanes en Afganistán. Aprendí lo que los serbios les habían hecho a los musulmanes en Bosnia. Aprendí lo que los rusos les estaban haciendo a los musulmanes en Chechenia. Supe de lo que los israelitas le habían hecho a Líbano y lo que continúan haciendo en Palestina con el completo respaldo de Estados Unidos. Y aprendí sobre lo que Estados Unidos mismo, le estaba haciendo a los musulmanes. Aprendí sobre la guerra del golfo, y las bombas de uranio reducido que mataron a miles y que elevaron exponencialmente los casos de cáncer en Irak. Aprendí sobre las sanciones iniciadas por los Estados Unidos que obstruyeron la entrada de comida, medicina y equipo médico a Irak y como, según dicen las Naciones Unidas, más de medio millón de niños murieron a causa de ello. Recuerdo un reportaje de 60 minutos con una entrevista que le hicieron a Madeline Albright donde ella expresó su posición sobre estos niños diciendo que “había valido la pena”. Ví los acontecimientos del 11 de septiembre, como un grupo de personas que se sintieron motivadas a secuestrar aviones y a estrellarlos contra edificios por la ira causada por la muerte de esos niños. Ví los efectos del “choque y la conmoción” en el primer día de la invasión a Irak: los niños en las secciones de los hospitales con la metralla de los misiles estadounidenses pegada a sus frentes (y por supuesto, nada de esto fue visto en la CNN). Aprendí sobre el pueblo de Haditha, donde 24 musulmanes, incluyendo una viejecita de 76 años en una silla de ruedas, mujeres y niños pequeños, fueron baleados y reventados en sus ropas de camas por los marinos estadounidenses. Aprendí sobre Abeer al Janabi, una chica de 14 años que fue violada en pandilla por 5 soldados estadounidenses quienes luego la balearon a ella y a su familia en la cabeza y luego les prendieron fuego a sus cuerpos. Sólo quiero hacer notar que como ustedes pueden ver, las mujeres musulmanas ni siquiera pueden mostrar el pelo a hombres que no son de sus familias. Así que traten de imaginar cómo fue para una chica tan joven de un pequeño pueblo muy conservador con sus ropas destrozadas ser sexualmente atacada no por uno, por dos o por tres o cuatro sino por cinco soldados. Incluso hoy mientras estaba sentado en mi celda, leí sobre los ataques aéreos que continúan matando musulmanes diariamente en países como Pakistán, Somalia, y Yemen. Apenas el mes pasado, todos escuchamos sobre 17 musulmanes en Afganistán, en su mayoría madres con sus niños, que fueron muertos a disparos por un soldado americano que también les prendió fuego a sus cuerpos. Estas son sólo las historias que lograron llegar a los titulares, pero uno de los primeros conceptos que aprendí en el Islam es que la lealtad, la hermandad, que cada mujer musulmana es mi hermana, que cada varón musulmán es mi hermano y que juntos somos un gran cuerpo y que nos tenemos que proteger mutuamente. En otras palabras, yo no podía ver que estas cosas les pasaran a mis hermanos y a mis hermanas y por los Estados Unidos y permanecer neutral. Mi simpatía por los oprimidos continuó, pero ahora se volvió más personal como mi respeto por aquellos que los defendían.
Antes mencioné a Paul Revere – cuando fue a hacer su paseo de medianoche, lo hizo para advertir a la gente de que los británicos se dirigían a Lexington para detener a Sam Adams y a John Hancock, y luego a Concord para confiscar las armas que habían sido almacenadas allí por Minuteman. En el momento que llegaron a Concord, encontraron a Minuteman esperándolos, con las armas en las manos. Dispararon a los británicos, lucharon contra ellos y los golpearon. A partir de esta pelea empezó la Revolución Americana. Hay una palabra árabe para describir lo que esos Minutemen hicieron ese día. La palabra es: YIHAD, y de esto iba mi juicio. Todos esos vídeos y esas traducciones y esas disputas infantiles sobre: “Oh, ha traducido ese parágrafo” y “Oh, ha corregido esa frase” y todas esas exposiciones girando en torno a un mismo tema: “Musulmanes defendiéndose contra los soldados estadounidenses, que les hacían lo mismo que los británicos le hacían a los Estados Unidos.
Se dejó más claro que el agua en el juicio que yo nunca planeé “matar a estadounidenses” en los centros comerciales o cualquier historia parecida. Hasta propios testigos del gobierno contradicen esta afirmación, y pusimos expertos y más expertos en este tema, quienes se pasaron horas diseccionando cada palabra escrita por mí, que explicaban mis creencias. Después, cuando ya era libre, el gobierno mandó un agente secreto para meterme en uno de sus “planes terroristas”, pero yo rechacé participar. Pero qué curioso, el jurado nunca oyó esto.
Por lo tanto, este juicio no iba sobre mi postura en “Musulmanes matando civiles estadounidenses...” Sino que iba sobre mi postura en “Estadounidenses matando civiles musulmanes”, que es que los musulmanes deben defender sus tierras de los invasores extranjeros: soviéticos, estadounidenses o marcianos. Esto es en lo que creo. Y es en lo que siempre he creído, y en lo que siempre voy a creer.
Esto no es terrorismo, y no es extremismo. Es simplemente lo que representan las flechas en este sello que hay encima de vuestras cabezas: defensa de la patria. Así que no estoy de acuerdo con mis abogados cuando dicen que tú no tienes que estar de acuerdo con mis creencias- no. Cualquiera que tenga sentido común y humanidad, no tiene otra opción que la de estar de acuerdo conmigo. Si alguien entra a tu hogar para robarte y hacer daño a tu familia, la lógica dicta que hagas lo que sea para expulsar al invasor de tu hogar. Pero cuando esa casa es una tierra musulmana, y el invasor son los militares de EEUUU, por alguna razón las normas cambian de repente. El sentido común, se renombra “terrorismo” y la gente que se defiende contra esos que vinieron a matarles desde el otro lado del océano, se convierten en “los terroristas” que están “matando a estadounidenses”. Esa mentalidad de la que Estados Unidos fue víctima cuando los soldados británicos andaban por sus calles hace 2 siglos y medio, es la misma mentalidad de la que los musulmanes son víctimas ahora que los soldados estadounidenses andan por sus calles hoy. Es la mentalidad del colonialismo. Cuando las balas del sargento dispararon esos afganos hasta la muerte el mes pasado, los medios enfocaban toda la atención en él- su vida, su estrés, su trastorno de estrés postraumático, la hipoteca de su casa- como si fuera él la víctima. Muy poca simpatía fue expresada por el pueblo que en realidad él mató, como si ellos no fueran reales, como si no fueran humanos.
Desafortunadamente, esta mentalidad “escurre” a todos en la sociedad y a veces sin darse cuenta. Incluso con mis abogados, nos tomó casi dos años de discusiones, explicaciones y clarificaciones antes de que finalmente ellos lograran pensar fuera de los esquemas convencionales y para que al menos en apariencia aceptaran la lógica en lo que yo les estaba diciendo. ¡Dos años! Si eso le tomó a gente tan inteligente cuyo trabajo es defenderme que se desprogramaran a ellos mismos, entonces arrojarme enfrente de un jurado seleccionado al azar bajo la premisa de que estos son “iguales imparciales”, digo…¡por favor!. Antes no fui juzgado por un jurado constituido por mis iguales porque con la mentalidad adherida en los Estados Unidos hoy día, yo no tengo iguales. Y tomando en cuenta este hecho, el gobierno me procesó, no porque necesiten hacerlo sino simplemente porque pudieron hacerlo.
Una cosa más que aprendí en mi clase de historia: los Estados Unidos históricamente han apoyado las más injustas políticas en contra de las minorías, practicas que incluso son protegidas por la ley, tan sólo retrocedan en el tiempo y pregúntense: ¿en qué estábamos pensando? Esclavitud, Jim Crow, la reclusión de japoneses durante la Segunda Guerra Mundial, cada uno de los cuales fueron ampliamente aceptados por la sociedad estadounidense, cada uno fue defendido por la suprema corte. Pero según el tiempo ha pasado, los Estados Unidos también han cambiado, ambas, la gente y las cortes miraron atrás y preguntaron: “¿en qué estábamos pensando?. Nelson Mandela fue considerado un terrorista por el gobierno de Sudáfrica y se le dio una cadena perpetua. Pero el tiempo pasó, el mundo cambió, se dieron cuenta de lo opresivas que eran sus políticas y que no era él el terrorista, y lo dejaron salir de la prisión. Hasta se volvió presidente. Así que todo es subjetivo, incluso este asunto del “terrorismo” y de quien es “terrorista”. Todo depende del tiempo y del lugar y de quien tenga el poder en ese momento.
En los ojos de ustedes, yo soy un terrorista y para ustedes es perfectamente razonable que yo esté aquí de pie en un traje naranja. Pero un día, los Estados Unidos cambiarán y la gente reconocerá este día por lo que en realidad es. Ellos mirarán como es que miles de musulmanes fueron asesinados y mutilados por los militares estadounidenses en países extranjeros, y que sin embargo soy yo quien va a prisión por “conspirar para matar y lisiar” en esos países, porque yo apoyo a los muyahidín que defienden a esa gente. Ellos mirarán al pasado y verán cómo el gobierno gastó millones de dólares para poder encarcelarme como “terrorista”, pero si pudiéramos de alguna manera resucitar a Abeer al Janabi en el momento en el que era ultrajada en grupo por nuestros soldados, y si pudiéramos presentarla como testigo y preguntarle: “quiénes son los terroristas”, ella seguramente no apuntaría hacía mi. El gobierno dice que yo estoy obsesionado con la violencia, obsesionado con “matar estadounidenses” pero como musulmán viviendo en estos tiempos, no puedo pensar en una mentira más irónica que esa.
Tarek Mehanna 4/12/12