Este año es el aniversario número 88 de un momento que aún hoy sigue impactando al mundo. Marcó un punto clave en la historia de la humanidad pero a pesar de eso mucha gente no sabe nada al respecto. Para apreciarlo plenamente debemos retroceder en el tiempo y ubicarnos en Estambul en el año de 1924.
Al poco tiempo, pasada la media noche, el resplandor de una luz en solitario proveniente de la biblioteca brilla en el palacio de Dolmabache. Ahí un hombre viejo está sentado leyendo el Corán y pensando sobre la condición de la nación musulmana. A pesar de estar rodeado de tanta opulencia como la que el ojo puede contener, es una figura solitaria. Su nombre es Abdul Majid y él es el califa 101 del Islam.
Hace dos años, su primo Muhammad VI fue enviado al exilio a Italia (donde más tarde murió de hambre) y el Sultanato Otomán fue abolido. Las fuerzas laicas de los Jóvenes Turcos finalmente acabaron con el Imperio Otomán aunque pensaron que aún no era tiempo de abolirlo enseguida dado que éste todavía contaba con el apoyo de las multitudes musulmanas, no sólo en Turquía sino en el resto del mundo musulmán. Así que ellos comenzaron una campaña de violencia e intimidación para asegurarse de que todos aquellos que apoyaban al califa fueran removidos de la escena.
Finalmente en la noche del 4 de marzo, hicieron un avance. Un joven mensajero del ejército abrió la puerta de la biblioteca. El califa continuó leyendo el Corán. El mensajero inicialmente se sorprendió por lo que vió pero se armó de valor y leyó en voz alta la proclamación de la Gran Asamblea Nacional. El califa se negó a dejar Estambul, pero su equipo de colaboradores tenían miedo de ser asesinados por el ejército que ya tenía rodeado el palacio. Después de mucho valorar sus opciones, el califa de mala gana empacó algunas de sus ropas y partió en el exilio.
Antes de la oración del fajr, el califa fue llevado a la estación principal de trenes a punta de pistola donde él y su familia fueron puestos en el Expreso de Oriente con rumbo a Suiza. Al hombre que dejaba detrás palacios llenos de diamantes, esmeraldas y oro, le fue dado un sobre que contenía 2000 libras esterlinas. El jefe de la estación rápidamente se llevó al califa y a su familia a su pequeña casa que estaba a un lado de la estación de trenes para resguardarlos del frío de la plataforma mientras esperaban al tren para partir en este triste viaje. Mientras tomaban el té el califa le agradeció su hospitalidad. El jefe de la estación, un judío, sollozó “¿cómo es que tú me das las gracias?” le preguntó sabiendo que habían sido los califas del Islam los que habían preservado la vida y la dignidad de los judíos mientras que eran perseguidos en otros lados del mundo. Por eso, fue él quien le agradeció al califa el honor de servirle aunque fuera sólo durante este breve momento.
En la mañana, los musulmanes despertaron con las noticias que jamás creyeron que fueran a suceder: el califato había sido abolido. Hubieron levantamientos aislados y disturbios en varios lugares pero el ejército los sometió a todos despiadadamente. El último califa pasó sus últimos días a lo largo del malecón en la playa de Nice en Francia. Ahí vivió una vida humilde hasta que murió de un ataque al corazón en 1944 durante la ocupación Nazi a Francia. Hoy en el aniversario 88 de este evento que sacudió al mundo, los Estados Unidos de América todavía tienen su presidente, Inglaterra a su reina y hasta los católicos a su Papa, pero los musulmanes parecieran estar condenados a vagar por el mundo sin ningún liderazgo. El califa Abdul Majid II fue eventualmente enterrado en Jannat Al Baqi, el cementerio de Medina. Y entre los más grandes héroes del pasado islámico fue puesto a descansar como un potente símbolo de un presente fracturado. Hasta este día el primero y el último de los califas yacen a unos cuantos centímetros unos de otros como un recordatorio de que a nuestra gran nación musulmana no hay quien la represente.
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